lunes, 28 de septiembre de 2015

CHEIRO

La humedad me despierta el olfato. Mi parte más animal se desata o se anula con los olores y la nariz me lleva y me trae de la mano por todos mis recuerdos, mis amantes, mis caminos y hasta mis soledades.
Sao Paulo lleva unos días poseído por la humedad y tengo el instinto desatado: todo huele más, todo invita más, todo es más todo.
Lavaba una camisa y el olor que subía de mis manos me llevó a un recuerdo de la infancia: la primera vez que tuve en mis manos una goma de borrar con olor a frutas.
Era 1976, era el año de la Institucionalización (palabra que pronuncié tan bien desde el inicio que asombraba a mis mayores) estábamos en la calle, entre la botica de Saturio y el olvidado Centro de Veteranos, Marta García llegó con un regalo: dos de las primeras gomas de borrar perfumadas que se vendían en Meneses: para mi hermana, rosa y con olor a fresa; para mí, verde y con olor a manzana (evidente connotación sexista aunque, afortunadamente el rosa y yo nunca fuimos muy buenos aliados) Dimos las gracias después de la consabida frase adulta, retintín incluido: qué se dice…
Nada fue demasiado importante porque me poseyeron el olor y la palabra manzana. Los niños cubanos de mi generación tuvimos la manzana en la lista de imposibles y nuestros padres la nombraban con cierto aire de melancolía y apego como si hablaran de LA FRUTA (vivan las frutas tropicales, un toque chovinista).

Estaban como tomados de la mano el olfato y la palabra, mis dos perdiciones haciendo causa común. Yo no sabía cómo era una manzana ni a qué olía, pero aquel olor era tan olor y la palabra tanta nostalgia que mi gordo interior tomó las riendas del asunto y… ¡Me la comí!
El sabor que tenía era extraño pero mandaban la nariz y el imposible.
¿Lo había olvidado? No, sólo faltaban la soledad, la calma, la humedad, la primavera y un olor para que volviera el recuerdo de la nada a estas letras.