lunes, 17 de agosto de 2015

COCUYITOS DE PUEBLO...

Qué los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.
Federico García Lorca



Difícil resulta ser en este trozo cálido, luminoso y festivo del mundo.
La norma oprime; y la norma no es norma sino en la enferma tradición, la rabia, el miedo, la ignorancia, la duda y el misterio, la ansiedad y la angustia que supone ser uno mismo. Y es que ser consecuente se se endurece y complejiza si éste ser está sustentado en una diferencia que no es buena ni mala, que sólo es y punto.
Y se puede ser pleno sólo si el estar se vuelve amable, acogedor, tolerante y hace oídos sordos a la moralidad, la desidia, la mentira
"Aquí hay mucho marica", me dicen con el falso desparpajo y la falsa tolerancia de la modernidad que alberga, ineludiblemente, el veneno de la burla la ponzoñosa tradición que para ciertas "cosas del querer" se vuelve una mala puta.
Entonces me pongo militante y rompo una lanza en favor de tanta mariquita que se mueve a ritmo de champeta con el cuello estirado y un aletear de cocuyos en los ojos. Cocuyitos de pueblo que apagarán su luz a fuerza darse al placer de los "machos" que enarbolan su "palo sancochero" con la maldita consigna de que en tiempo de guerra cualquier hueco es trinchera y ser, en estas condiciones, es una guerra sin cuartel, sin piedad, sin sentido.
En esta tierra donde la morenez se debate entre la raza y el sol quemante, la hombría tiene el lastre amargo del machismo que se desmorona, inevitablemente, en el ir y venir de caderas que en su compás provocan y seducen, en el mirar que atraviesa, convida y desnuda, en la nariz que señala un punto en el que perderse para jugar a ser en este juego peligroso<, juego en el que queda un alma rota, en el que se acumulan el desamor, la angustia, el maltrato, el abuso, la indiferencia.
No sé sin son muchos los maricas, pero hay muchas mariquitas que se muestran al mundo como tristes caricaturas que esbozó la mentira, la negación, la falsa alegría de esta luz que ilumina y ciega, que embellece y quema, de este horizonte que te pone unas alas que se atrofian y acaban asfixiando al ser que pajarea y canta donde empieza la vida o, mejor dicho, que va pudriéndose cuando la vida intenta darse al maravilloso goce de ser uno mismo.