lunes, 18 de febrero de 2013

DIFERENTE


El niño miró la noche y lo vio todo, se supo diferente.
La luna estaba presa en el naranjo y la luna no era la luna, era él; pálido, asustado,
preso de un miedo sin nombre que le nacía en el alma y lo inundaba entero, lo desbordaba, lo saturaba, le definía.
El niño era luna y lluvia, era frágil, delicado como una rama seca a pesar de su apariencia.
Sus ojos miraban a otro lado, no al sitio al que debían mirar.
Sus ojos se asustaban de los ojos ajenos que parecían descubrir su miedo, su verdad porque a veces la verdad es un miedo-temblor que te esconde del mundo, del camino, de ti.
Al niño que se entendía con la luna no le gustaban las muñecas de la hermana, ni el juego trepidante de los primos en la calle de piedras por donde iba y venía su niñez de pueblo. Al niño le gustaban el aguacero y cantar, los cristales que atrapaban la luz, los espejos, las palabras, las conversaciones adultas, los libros, el olor del café, los grillos y las ranas, las flores del naranjo, el nomeolvides, las fotos antiguas, los ríos, la caja de botones, las cartas.
El niño quería ser niño y ser luna y ser grillo y ser flor, llovizna y canto, el niño quería ser  cuento...

¿Cómo se puede ser si el miedo impone su garra al temblor de la luna, si un niño es niño y sólo niño aunque le sobren razones para ser un niño diferente?