sábado, 5 de enero de 2013

LA OREJA DEL ÁRBOL

Hoy me apetece un recuerdo y fue hermoso encontrar, aquel día de junio, que a un árbol del Jardín del Arte de Sullivan, en el DF, donde cada domingo viven los "Cuentos grandes para calcetines pequeños", le había brotado una oreja enorme.


Desde hace muchos años estuve bien plantado, en mi sitio. Fui refugio de pájaros e insectos, bajo mis ramas, sueñan sus casas los "sintecho" y percibo los trinos y los sueños, los miedos y las dudas. 
Un día de domingo, hace ocho años, llegaron las palabras. Me gustaban los ojos de la gente, las risas, los gestos, las miradas. Algo bello intuía, pero no lo escuchaba. Fue cuando entendí que algo me faltaba: una oreja. 
Parecía imposible, pero los cuenteros fueron inventando bajo mi sombra un mundo donde todo es posible. Bastó desearlo.
Puse bien firmes mis raíces y estiré al infinito mis ramas. Hace unos días, la sentí brotar. Pequeña, húmeda, aferrada a mi corteza como para quedarse siempre ¡Una oreja! Por fin tengo una oreja para escuchar los cuentos, las canciones, los aplausos, las risas.
Y hasta me cuentan chistecitos y chismes, sueños, dudas, males de amor, esperanzas, temores, deseos. Yo escucho y callo. Los guardo para mí porque soy muy discreto. Pero soy feliz porque por fin puedo guardar palabras para contarle al viento, a los pájaros, a los que llegan en las noches para buscar consuelo.
Dicen que los hombres y las mujeres, por supuesto, aprendieron del sonido del viento en mis ramas a nombrar las cosas y yo, que tengo el privilegio de estar bien plantado en mi sitio, he aprendido que dejarse llevar por los sueños es suficiente para que algo maravilloso sea posible. Yo aprendí de los humanos a escuchar y a alimentar con palabras mis raíces.

1 comentario:

Marita dijo...

¡Qué hermoso, Aldo! Y qué curioso lo del hongo en forma de oreja... ¿Me permitís publicarlo en BlaBlerías?
Besos con toda mi admiración
Marita