sábado, 24 de noviembre de 2012

EL TIEMPO, EL AZUL, LAS ESPERANZAS


Hace veinticuatro o veinticinco años, en Moscú, escribía:

Yo me enamoro fácil
y me quedo
agarrado al azul e inventando el presagio
remendando las lunas de mi prisa
con las desnudas frases
que pariera el otoño de mi suerte.

Otoño hecho de frases
haciéndome sin prisas los desnudos

Yo presagio el azul 
y al azul me aferro
y me enamoro fácil
y me quedo...

Hace menos de un mes, escribí en México:

Te quiero marinerito
te quiero.
Marinerito moreno 
marinero morenito
moreno mar  marinero
echa tus barcos al mar;
ven a buscarme te quiero
marinero  mar  sonrisa
ola  brisa  marinero
ven a buscarme con prisa
ven a besarme que muero
por tu amor de viento y ala
por tus ojitos serenos
muero de amor marinero
marinerito moreno
te quiero



Hoy no escribo, no puedo. Reviso apuntes y descubro que no tengo remedio, que me ciega el azul, que me deslumbra; que no he cambiado en tantos años de ir y venir, de mi sueño a la vida, y aunque parezca absurdo, seguiré suspirando la hermosa desnudez de los otoños y dejando que el azul me atrape, aunque naufrague.
Hace muchos años (más de veinte) tuve la certeza de que la fuga del azul que el amarillo atrapa es la esperanza y habrá que seguir navegando, suspirando, amando...

lunes, 19 de noviembre de 2012

MELANCOLÍA Y CANCIÓN PARA UN DOMINGO


Aletea la tarde en un suspiro que no devuelve el horizonte hambriento, la línea imperceptible que se traga su luz en naranja agonía.
Siempre fueron terribles los domingos de abandonar la casa y el abrazo, pero hoy no estoy cansado y tengo sueño, un sueño que no es sueño y es tristeza, una extraña melancolía cargada de recuerdos y optimismo, de certezas y miedos.
El próximo domingo que muera ante mis ojos estaré resumiendo estas andanzas por las fértiles tierras del oficio y los afectos, por tantas casas nuevas donde escondí migajas del futuro, ese capricho-tiempo que no sé dibujar con trazo firme pero que puedo oler, sentir, palpar como si no hubiese otra opción que la de volver para afianzar los lazos que adornan estos últimos meses de búsquedas y encuentros.
Caminos, casa; amigos, casa; palabras, casa; cuentos, casa; recuerdos, casa; un amor, casa; miedos, casa; libros; casa y la esperanza, el canto, los olores, la luz, el llanto, la mentira, la música, los besos, las ausencias, las abuelas, los ojos, las miradas, la familia, los abrazos, las orejas, las sensaciones, el paladar y las angustias, la ansiedad y los mimos, el antaño, el ahora, los de hoy, los de siempre, los nuevos y los viejos, refugios, arrullos, hermana, pueblo, patio, jardín y madre... CASA.
Una y mil casas me han nacido, con huertos, con hogueras, con pucheros cantores que me arropan, calman mis  hambres y  nutren la ternura.
Una y mil casas tengo y ya no sé si vengo o si voy, si estoy haciendo equilibrios o desequilibrios, sin construyo caminos o los borro para poder volver sin el acoso del tiempo ineludible que, mientras amasa la esperanza, te desordena el sueño, te agita, te detiene, te empuja, te acobarda, te defiende, te humilla, te posee...

Ya se murió la tarde. El horizonte es nada cuando impera la noche, la luz es sólo un espejismo que se somete al designio del tiempo inevitable, que la preña de oscuridad y aurora.
A oscuras siento que hay un sólo camino y que es fácil cargar lo que aprendí estos días de jugar a vivir, a salir de mi mismo y reencontrarme niño sin otro artilugio que mis palabras y está fe en los amigos y en la gente.
Una y mil casas llevo; algunas con cimientos a prueba de temblores, otras de polvo y nube, otras de azúcar y de agua y de agua y sal, de mar y de ola, otras de un sólo trazo, otras como el dibujo de un niño, otras balcón o abismo pero todas cobijan y definen mis pasos y en todas hay ventanas para mirar, paciente, el suspiro-aleteo de la tarde que el abismo del horizonte se traga lentamente y aprender de la vida, mientras se muere el día en naranja agonía, a construir mañanas, regresos, esperanzas.

jueves, 8 de noviembre de 2012

OTOÑO, CUENTOS, EL VERDE...LAS SEÑALES


Soleada la mañana. Amanezco con la ilusión preñada, primaveral a pesar del otoño.
Contaré en un colegio y siempre contar para niños y niñas se me hace un privilegio.
Vamos al Oriente del DF y la casualidad pinta la línea del metro de color verde.
Primera señal: el camino de la esperanza enrumba hacia el Oriente.
Erramos, viajamos hacia el Poniente, por suerte en el vagón venden "alegrías grandes" a sólo cinco pesos, compramos, es buen precio para algo tan valioso.
Cambiamos el camino y tropezamos con una pareja de novios que comienza el día con un beso y una madre que juega con su niño en la escalera del metro ¿Señales?
Descubrimos que el tren de la esperanza va muy lento, pero va.
Llegamos, el sol insiste.
El colegio es también verde y, en el jardín, Ángel se encuentra un enorme signo de interrogación de color verde ¿más señales?
Contamos, hasta las madres han venido a escuchar las historias...

No sé, pero hay días en que vale la pena levantarse y creer que todo es posible sólo porque el sol de otoño se atreve a jugar a las primaveras, porque te encuentras con alguien; una maestra, por ejemplo, que cree en lo que hace; niños y niñas, de barrio, que se agarran a las palabras como a la libertad, al juego o a la fe, palabras grandes  que a su edad son una misma cosa y porque puedes recorrer a golpe de risas y canciones una ciudad extraña con una amiga nueva que es como de toda la vida.

Sólo señales, simples señales, pero hay que leerlas, vivirlas para seguir creyendo en la esperanza