sábado, 29 de septiembre de 2012

TARDE DE PRIMAVERA, UN TREN, UNA CANCIÓN, LAS SEÑALES...

Es primavera.
Estoy en Buenos Aires.
Amenaza la lluvia.
El tren avanza lento.
Carteles coloridos anuncian que un Banco ofrece créditos que hacen florecer.
Bajo el horrible diseño de flores falsas, un ciego, con su guitarra, canta la canción del gigante de ojos azules que amaba a una mujer pequeña.
Un espontáneo se saca una flauta del bolso y le acompaña.
 La gente levanta la cabeza, sonríe y vuelve a lo suyo.
Termina la canción, la gente aplaude, el flautista se baja en la siguiente parada, el cartel permanece, el ciego canta una canción de Aute.
El cielo insiste en jugar a las tormentas, no llueve.
Sube un hombre con muletas vendiendo tres alfajores por cinco pesos para endulzar la tarde, el cartel del banco lo acapara todo con el naranja chillón de sus flores falsas.
Llegamos, no llueve.
Un par de "sintechos" pregonan: -La razón a voluntad, La razón a voluntad...
La gente que escucha y pasa, los ignora
- La razón a voluntad- insisten
Una muchacha de pocos años vende cremas antiedad desde un cartel gigante y con sonrisa falsamente perfecta o perfectamente falsa que en estos casos...
- La razón a voluntad- las voces que pregonan se apagan
No llueve por más que se anuncia el aguacero.
No llueve y pareciera que no pasa nada.

Cuántas razones-pienso- verdaderas, poéticas, engañosas, falsas...
¿Será que tantas razones anulan voluntades?¿Será que la voluntad se duerme cuando la vida precisa un aguacero?

viernes, 14 de septiembre de 2012

HAY DÍAS

A decir del saber de mi abuela, mi pueblo sólo tenía dos horizontes; el de arriba y el de abajo. Y no hablaba del cielo ni del infierno, se refería a los dos puntos por los que la calle más importante de Meneses agujereaba el infinito.
Los dos sirven para escapar-decía-Uno te lleva, sin regreso, a la nada; el otro, no se sabe bien que te propone porque el azul desdibuja cualquier punto de llegada.
El de arriba, culminaba en La Elvira, que así se llama el cementerio de mi pueblo; el de abajo, terminaba en el mar, el mismo mar que acunó cualquiera de mis esperanzas.
Hay días en que necesito a la abuela, sobre todo cuando la vida me propone más de un punto de fuga, más de un horizonte.
Hay días en que haría mejor en comer arroz con leche y esperar la señal, cualquiera que sea y dejarme llevar  por el instinto, como esa vez en que desoí a los viejos, alcé el vuelo y me encontré a mi mismo, sin brújula, sin, planos y la vida proponiéndome el arriba,  el abajo, la izquierda, la derecha, el todo, la nada, el miedo, la esperanza...
Hay días que amanezco con ganas de decir y no tengo palabras.

lunes, 10 de septiembre de 2012

De los días, las ganas y la memoria

Hoy es un domingo sin prisas. Sigo en Guayaquil. No se si espero, no se qué quiero pero estoy viviendo como se vive con ese sobresalto del enamoramiento.
Tengo ganas de contar, de hablar y hablar, destejiendo o tejiendo (como siempre digo), palabrear, jugar el agridulce juego del recuerdo y hacer un corro en la calle y convidar al mundo a sumarse a la rueda "de pan y canela". Tengo ganas de ir mañana al colegio, refunfuñando, con las uñas recortadísimas y los zapatos limpios, estrenar una camisa  y soñar, como cuando soñaba sin el vértigo que la responsabilidad impone.
Escucho una canción, Arrullos, y me hace tan feliz que bailo en un salón de lámparas gigantes, bailo solo y la gente se asoma para verme bailar y entonces, las convido.
Suena la orquesta y afuera llueve y dejo de bailar para mirar la lluvia, verla caer sobre el patio luminoso de mis sueños que tiene todos lo aromas de mi niñez de pueblo.
Y la gente de siempre baila con los recién llegados y yo miro con la cara conque escuchaba a mis padres contarme los bailes de mi pueblo y de tan feliz me carcajeo y aplaudo el espectáculo maravilloso que fue mi infancia de esperas y esperanzas.
Fiesta de la memoria es esta tarde en que escucho y escucho una canción y aprendo del recuerdo a desentrañar las verdades para entender, definitivamente, que sólo hay que salvar el soniquete, imperceptible a veces, de las esencias y descuidar el ruidoso cacareo de las apariencias.