martes, 17 de julio de 2012

DOMINGO MÁGICO EN LA PLATA

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Yo imaginaba una ciudad con vida y me fui con el tiempo suficiente para recorrerla y ver el modo en que la gente la habitaba, la animaba; porque ver el ir y venir de la gente es lo que más me atrapa de cualquier lugar,  lo que verdaderamente me seduce. La Plata me recibió vacía, fantasmal, sin ruidos, con las calles habitadas por el frío y una luz mortecina que hacía del domingo un día para sentirse abandonado, sin  el más mínimos atisbo de esperanza o de suerte.
Caminé mucho tiempo, buscaba un lugar para quedarme un rato y que un café espantara mis presagios. Nada me convidó, nada me propuso ese abrazo conque algunos sitios ajenos te reciben. Busqué la calle 10 y, al encontrarla, caminé buscando la calle 60. Habían pasado las tres de la tarde, arreciaba el frío y aparecía la gente caminando sin rumbo, muda.
Anduve algunas cuadras y llegué al local en el que contaría esa noche, estaba cerrado; me abrieron unos niños, me presenté, les pedí cobijo y la madre de estos buscó a Adriana.
La dueña me saludó, asombrada por mi puntualidad, me ofreció asiento y un café y, mientras me volvía el calor al cuerpo, escudriñé paredes buscando una señal para adivinar cómo sería la noche. Al poco, llegaban los hijos y las hijas, entonces, empezaba la vida: armaban mesas, colocaban sillas, un revoleteo de manteles coloridos y se hacía hogar  la tarde fría. A la sazón llegó Susana Lino, quien se atrevió a invitarme por una recomendación de Leonor Arditti, que, a su vez, me conoció a través de Geraldina Rayo. nos presentamos y ella se sumó al empeño de vivificar, animar, engalanar, "almar" el espacio.
Ya la tarde era certeza viva y le gente goteaba, más que puntual, buscando sitio y cobijo. Al mismo tiempo, una mesa se llenaba de alfajores, tartas, pasteles que la propia familia había preparado. Yo era parte de todo, del todo que es la Casa de Cultura y Peña La Salamanca, del desempeño de Susana Lino, de la ansiedad y de la espera.
Y todo se iba armando lentamente, como guiso de abuela, como masa de pan hecha por manos sabias. Entonces llegó Juanita Pochet, una poetisa santiaguera (insisto en lo de poetisa porque para un oficio que tiene una definición hermosa desde lo genérico, es pecado no aprovecharlo) con ella, con Juanita y con Gabriela fue la charla apurada y previa a la sesión de cuentos.
Y pasó todo, como pasa la vida: un cuento y otro y otro y suspiros, risas, temblores, aplausos y unos ojos destejiendo las sombras para conectar con los míos y fluyó la sesión, como un río, como esa brisa leve que adormece y transporta, como la sacudida  a un árbol cargado de frutas maduras. Yo sentí muchas cosas y conté con todo lo que vi  y sentí desde que mis ojos se encontraron con la verdad de un espacio auténtico.
Lo que pasó fue mágico, al menos desde mi punto de vista, pero fue de ese modo porque al amor de una invisible lumbre nos dejamos llevar y nos fuimos arropando con silencios, miradas, con palabras, con afectos y con ese puntito esencial de los humanos que es la infancia, el recuerdo, la raíz, el nido.
Como si no tuviese el alma en vilo, la Casa, nos regaló una nana "Duerme duerme negrito que tu mama está en el campo negrito...."  La cantó Milena Salamanca (hija mayor de Adriana y Luis, los dueños, el alma) con una voz que proclama verdades, que sacude el recuerdo y, en la sacudida, lo espabila y este florece como si en la ciudad callada no fuera invierno, como si La Plata jugara a ser fantasma para dejarse ver el alma cuando la tarde cae para que el sueño vuele a preñar de trinos la esperanza y la nostalgia, que a la hora del verso son una misma cosa.


Y yo me quedo sin palabras porque calor humano, cuentos y una nana hermosa en una noche fría me devuelve la paz, me arropa y me deja callado esperando el próximo encuentro con este hogar de luz, calor y abrazo.

viernes, 6 de julio de 2012

TIEMPOS, BRÙJULAS Y REENCUENTROS



 El tiempo va sin ruido a pesar del reloj que  nos apura y nos desvela. El tiempo pisa y pasa sin rostro pero dejando las ineludibles señales de su ser, sus marcas y el recuerdo, esa sustancia invisible que nos habita y nos sostiene, armando lo que somos, porque no somos más que eso: lo que fuimos y vamos remendando, zurciendo para que al final el harapo cubra y nos arrope en el miedo de caer en el olvido.
Y es que cuando parecía que todo estaba en orden, la vida no era mía; aunque si era mi vuelo, mi fuga y esa intención que nos inculcan de construir caminos propios ¿Pero hay camino propio sin los trillos de apariencia ajena que los atraviesan, sin los caminos que se cruzan  tejiendo encrucijadas?
Estoy de vuelta a la raíz, estoy reencontrándolo todo y encontrándome como cuando parecía que escribiendo un poema se salvaba el mundo.
O es que, en verdad, es ahora cuando escribo un poema en el que el recuerdo se desnuda y me desarma, permitiéndome el lujo de elegir yo mismo las piezas, de despreciar y apreciar, de tirar, de recomponer y armarme o dejar que el caprichoso destino haga los suyo; poniendo la resistencia justa para no perderme demasiado porque perderse a estas alturas es terminar "fantasmeando" en tus propios rincones.
La tentación de cambiarlo todo me agita y se proclama como las consignas que arroparon mi infancia en las que el futuro pertenecía a algo muy concreto que ahora es nada.
Mi calle, mi casa, mis ausencias, los amigos de aquellos veinte años en los que la vida era gozo y miedo, disparate y compromiso, todo  al mismo tiempo; cuando las verdades que ahora se evidencian latían porque el miedo atrapaba la voz y no podía nombrarlas.
Camino los recuerdos sin diarios, sin fotos, reinventándolo todo porque "ese" volver a vivir es poner las cosas en sus sitio y poner las cosas en su sitio es transplantar, tirar, podar, sembrar, acomodar y acomodarse.
Y yo me reacomodo las ausencias y las últimas vivencias en Santiago de Chile, en casa de Juanita, me acomodo como bebé en regazo porque afuera hace frío y porque estoy aquí como si hubiese estado antes porque canta, en mi mente, VioletaParra la canción de aquellos años en los que una canción bastaba para cambiarlo todo.
Disfruto viendo como los amigos de hoy habitan  mi casa de antaño, a los amigos nuevos haciéndome el nido en sus rincones, a los viejos amigos compartiendo su nido de ahora y me dejo llevar porque aun hay tiempo de elegir caminos aunque el tiempo sin voz, sin ruidos, sólo con su pisada, intente hacer creer todo lo contrario.
Estoy mirando al sur ¿Habré perdido el norte?