sábado, 9 de julio de 2011

Matías JUGLAR Tárraga


De Matías Tárraga sabía de oídas y lo poco y fugaz de aquella ocasión en que tuvo la delicadeza de invitarme a un café, a su paso por Ciudad Real; pero cuando le vi entrar en la panadería de Barquisimeto, recién llegado de España, a la hora del desayuno, algo me dijo:
-Abrázalo como un amigo viejo.
-Abrázalo como un amigo viejo- insistía mi voz interior.
Así lo hice porque mi instinto me exige confiar hasta que el destino demuestre lo contrario.
Luego le vi moverse, colarse en las conversaciones de otros y mostrarse desnudo, porque Matías carga muy poca añadidura para que no se distorsione ese murcianico brillante y gruñón, pero noble, como perro de hortelano (del que como y deja comer)
Cada mañana de Festival se levantaba feliz y como niño chico era más feliz aún por estarlo, lo pregonaba a sonrisa limpia y a abrazo desatado. Se hizo querer, se hace querer porque es hombre de una sola pieza, como esas talladas a mano por escultor con oficio en las que lo imperfecto es también obra del milagro.
El momento más intenso de este juglar con las “moderneces” justas fue su presentación en el Ambrosio Oropeza de Barquisimeto, allí me descubrió su inteligencia y su instinto, su sagacidad para respirar al público (numerosísimo en esta ocasión) sin perder la compostura, ni quebrar el hilo que hilvanaba su coherente intervención.
No niego que al principio me poseyó la duda ¿Clase magistral o espectáculo? Para mi sorpresa fue un espectáculo magistral y con clase, a pesar y en virtud de su modesta puesta en escena. Una lección de cómo gestionar recursos orales y escénicos y como, gracias al dominio del tema, puede alargarlo o acortarlo, abrillantarlo u opacarlo, manejarlo, definitivamente, a su antojo y al del público; a esto lo llamo ejercicio poético de comunicación afectiva (y efectiva en esta ocasión) o lo que es lo mismo: narración oral.
La idea es que sin salirse de la ruta diseñada previamente, Matías Tárraga nos hizo saber que labraba el camino de sus textos en función de la circunstancias, es decir, hace arte de la comunicación.
No tengo para Matías más que elogios: conmovió, enseñó, sedujo (difícil para la propuesta) y dejo ver la verdad de un hombre generoso que, borda el oficio ancestral de la juglaría con telas e hilos de estos tiempos, sin descuidar la hechura, ni el traje, ni a quien lo lleva o lo acaricia con ganas de llevárselo puesto, aunque le ajuste o lo quede grande.
Quizás faltan puertas y escenarios del otro lado del mundo (escribo en Caracas) para este juglar de esencia y apariencia, pero ya lo dice el refrán: Nadie es profeta en su tierra.
Y Matías es poeta y profeta y juglar jugador que en la jugada invita a un juego juglaresco, poético y profético que le define y que defiende
¿Acaso este soniquete intencionado es aliteración o sólo entendí de la clase la autenticidad del maestro?

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