miércoles, 29 de junio de 2011

CUANDO LOBOS Y CORDEROS SE MIRAN A LOS OJOS

No soy capaz de discernir que es más difícil y peligroso en la escena: provocar o conmover, pero tengo la certeza de que para ambas cosas hay que ser muy auténtico, muy generoso y muy honesto.
Nos conocimos en casa de Mau Cevallos. Él terminaba de comer y yo llegaba, me miró como quien quiere ver más allá de la primera piel y yo ni siquiera me quedé con su nombre. Había mucha verdad en aquel hombre tatuado y me dejé llevar por la curiosidad y hasta creí intuirle cada vez que miraba con melancolía el pasado o cuando abofeteaba irreverente la vida que vivimos como malgastándola.
Ahora que amontono estas palabras buscándole un sentido, tengo la certeza de que fue un regalo el encuentro, lo supe cuando le vi, medalla al cuello (El Festival de Barquisimeto reconocía su trayectoria), ajustarse a los tiempos en detrimento del ego y a favor del ritmo de una gala en la que todos tejemos la madeja que luego irá bordando con palabras los escenarios que acogen este encuentro. En ese instante le supe generoso y entonces podía acomodarse en las estancias de mi vida, que es mi casa.
Roberto Nield arrancaba si pretensiones una ovación cargada de cariño del bueno y me tocaba a mi seguir la estela de su aplauso (todo un reto).
Desde ese momento le fui vigilando de cerca, olfateándole, reconociéndole, más allá de apariencias como un lobo de mi manada, porque a pesar de no tener apariencia de fiera, alguna dentellada lanzo a la vida si me duele y tengo la manía de cantar a la luna.
Ese hombre, Roberto, tenía una verdad, lo denunciaban sus miradas, sus modales, sus maneras y yo quería saberla entera para quererle y respetarle, como hago ahora perdido en este mar de palabras gastadas.
No falló la intuición, lo que desvelaba la apariencia era certeza. Eran auténticos Roberto y sus tatuajes, Roberto y su mirada, Roberto y su siempre atenta manera de analizarlo todo para nombrarlo luego.
Cuando le vi en el escenario, ya era parte de mí (le amaba con amor del bueno, sin ñoñerías ni maricadas) y me fue cautivando (nos fue cautivando) con una aparente superficialidad de chiste de barra, que nos iba ablandando, acercando, convocando, provocando, para luego asestarnos un golpe en la moral, en el recuerdo, en el compromiso y en la prisa de pasar sin mirar la huella.
Contó con desgarro de folklórica su vida, pero también con la melancolía del sobreviviente, con la honra del guerrero y no faltó ni un ángel por nombrar porque los hombres de verdad no olvidan y a eso de recordar y reconocerlo todo, sin tapujos, yo le llamo honestidad.
Queda claro, Roberto Nield es, desde hace unos poquísimos e intensos días, mi amigo más viejo, mi ángel más irreverente y aunque después de tanta palabra salida desde el corazón no puedo discernir si es más difícil provocar o conmover, tengo la certeza de que este hombre-lobo-andante sabe y puede hacerlo porque es generoso, auténtico y honesto.

martes, 28 de junio de 2011

Un huracán de afectos que crece y quiere crecer


Hace cuatro años, en mi primera función en Barquisimeto, compartí con un muchacho de dieciséis años: Romer Peña. Era pura fuerza, un huracán sin bridas que lanzaba al aire su energía y que los asistentes a aquella función recogían a pesar del espacio y devolvían como sólo saben las orejas de estos lares, donde aún la palabra es palabra. Fue en Las Trinitarias, que aunque por su nombre parezca un Colegio de monjas, es un Centro Comercial (en Venezuela trinitarias son también las buganvillas)
Esta vez lo he visto contar en el Teatro, en la sede central del 18 Festival de oralidad de Barquisimeto, arropado por tres músicos excelentes (Barquisimeto es tierra de músicos) con un espectáculo con matices urbanos y un evidente guiño a la poesía.
Romer ha crecido y lo digo tajante porque tiene madera para seguir creciendo y ganas para hacerlo, sabe escuchar mirándote a los ojos, sin miedo a eso que, a los que “vendemos” nuestro ego, nos cuesta tanto oír: desatinos, desaciertos, errores, patinazos…
Yo lo disfruté con desconcierto y cierta envidia. Desconcierto porque a ratos se dejaba arrastrar por la pasión de un público que le conoce y lo arropa hasta la asfixia y le impedía, impidiéndonos, saborear las historias, escuchándole como quien come engullendo, sin percibir los sabores, los aromas, las texturas. Lo envidié porque a pesar de esos pesares, que el público te quiera es del deseo de todos o casi todos y porque ojalá a sus años yo hubiese tenido arrojo suficiente para ponerme al mundo por montera y luchar convencido por lo que entonces creí querer y que ahora sé que es cierto.
Romer no deja indiferente, por eso le hablé como un amigo viejo de mis impresiones y por eso le escribo estas palabras en una habitación de hotel con ventanas que miran a ninguna parte y porque él si tiene luz propia y un camino que andar construyendo ventanas y puertas y cerrojos y muros; eso sí, escuchando a su yo, que no a su ego, y mirando después, con avidez de sabio, lo que deja a su paso porque lo que pasa es lo que queda y funda, lo que enseña y nos arma en este oficio lleno de intrusos que, como yo, se atreven a decir que les parece el trabajo de otros. Yo intento hacerlo sin juzgar, desde el afecto más sincero y cuando percibo en los ojos de quien cuenta las ganas de crecer y seguir creciendo y creciendo reinventar el oficio de cuentero que es una tarea difícil y por difícil, edificante.

martes, 21 de junio de 2011

De la intuición a la certeza


Hay cuenteros y cuenteras a quienes se les ve venir, se les intuye o se les reconoce como algo que ya ha estado en tu vida de antes (en cualquiera de ellas) y el destino los coloca porque sí de nuevo en tu camino.
Víctor Arajona, es como esos ríos que fluyen con la apariencia de no ir a ningún sitio pero que cantan a su paso y con delicadeza, arrastran en su caudal desde una brizna hasta un tronco enorme y lo hacen con la sutileza y a la vez con la firmeza del agua que no cesa de ir hacia un destino que no sabe si conoce o intuye, pero que tiene claro.
Ángel del Pilar es manantial, es luz, es cantarina y a borbotones salen lucecitas brillantes de sus ojos y con su acento y su voz te va aliviando de esos males que no has creído tener hasta que alguien te acaricia la herida oculta y te la descubre mientras la sana, la cura, la desaparece.
¿Y acaso río y manantial no son complementarios y a la vez uno? ¿Acaso no son raíz y ala, origen y camino?
Así, desde mi apreciación minada de un afecto nuevo pero hondo, la vida los juntó para que fueran uno o varios (el cuentero tiene la suerte de ser cada cosa que nombra) que se arman como las partes de un rompecabezas que, armándose engatusa y engancha, y atrapa hasta hacerte perder los contornos de cada pieza.
Entraron al escenario dando la impresión del "aprendiz de panadero" que ve cada ingrediente del pan con vida propia y como imposibles de mezclar, hasta que empieza y, entonces, todo se amalgama como en un rito antiquísimo y se arma la masa que se amasa y se achica y reposa y crece y se hace pan antes de ser horneada y, luego, es pan que el fuego dora y cuece, fundiendo en una las vidas que lo conforman.
Contar es de esos oficios en los que la paciencia, antes y durante el ejercicio, define la calidad del pan que probaremos todos: quienes tejen las frases para hacer la historia y quienes las destejen para que tenga vida y pueda armarse mil veces, cuando sea contadas.
Fue un espectáculo noble, auténtico, cargado de generosidad; con la simpleza de una olla de pobre que, hirviendo, junta los poquitos que calmaran el hambre, las hambres. Fue una lección de modestia, de mesura, de amor, de equilibrio.
Y, sin pretensiones, arrancaron aplausos y sonrisas, más aplausos y risas y más aplausos y silencios, esos silencios sabios de un público que, por unanimidad y por oficio, se pone de acuerdo para venerar la palabra que funda, la que cura y para agradecer la maravilla de un espectáculo que te deja el alma sosegada e inaugura en ella la sutil impaciencia de los caminos nuevos.

domingo, 19 de junio de 2011

Doña Flora y sus palabras aromadas


Escuchar contar a Flora Ovalles es pegar la oreja a un manantial de agua dulce. Flora es miel y canela. Es un girasol amarillísimo, espléndida en generosidad. Dulce, pero no de esa dulzura que raspa, sino de la que engancha porque no empalaga, no cansa
Y es que Flora es auténtica, una mujer en estado puro, sensualidad sin aditivos, como un arrollo que te canta y te pide viajar en su corriente de agua fresca (que no fría)
Y mientras te cuenta, te seduce y no sabes si es una mujer hecha y derecha o una niña juguetona que quiere quedarse en ti para que la consueles o para ser consolado porque ella es generosidad y las personas generosas dan y reciben con la misma vehemencia.
Cuando cuenta su voz suena como en esas tardes amarillas del Caribe después de que ha pasado un huracán, un ciclón (uno de esos que no son tan bravos) y el viento se revuelca en el cielo con actitud de gemido, con sensibilidad de arrullo.
Yo la veo más amiga y es que una cuentera de verdad, auténtica, te cala y se te cuela en las honduras y no tienes más remedio que dejarte amar y amarle como quien en la primavera se hace naturaleza y estalla.








lunes, 13 de junio de 2011

TENGO GANAS DE HABLAR Y QUE ALGUIEN ME ESCUCHE



Ahora mismo tengo una sensación confusa, se debaten la ilusión y la melancolía; la añoranza y la esperanza ¡Otra vez a Venezuela!
Hace cuatro años este Festival (El de Barquisimeto) supuso una puerta a esa parte del mundo al que pertenezco y que las circunstancias insulares me negaron el privilegio de conocer y asimilar.

Me recuerdo asustado (aunque pareciera lo contrario) y con la ilusión crecida porque estaría con Pedro Mario López, un narrador cubano imprescindible cuando se habla del oficio y los afectos y las ganas de contar con este acento "entreverao" que me ha permitido la vida de mis últimos años.
Hoy ha hecho calor en La Mancha, un calor de los de toda la vida (la vida de aquí), de esos que cuecen y convierten al campo en un mar dorado que, de no ser por la cuchillada del sol, invita a navegarlo, a surcarlo para desentrañarle la vocación de infinito que tiene esta tierra que me acoge y me ampara.
Yo tengo un frío extraño, una absurda sensación de melancolía que no sé como nombrar, ni sé si nombrarla es lo que necesito y quiero. Pero es como esa punzada dulzona y casi ñoña del amor que te despierta mariposas y, aunque siempre que viajo prefiero no aferrarme a las certezas, me asegura que será bueno, buenísimo, volver a este Festival con el alma preñada y el corazón sin estaciones, para curarme contando que es una digna y mágica manera de curarse.
Vuelvo con la intención del abrazo, con la mirada limpia de los siete años y el mismo temblor conque a los diecinueve años surqué mares para intentar construir la vida que ahora vivo y en la que se consolidaron las ganas de ser este cuentero errante que, errando crece y creciendo cuenta los caminos que vuelven y salen del mismo sitio: la memoria.

viernes, 10 de junio de 2011

OFICIO Y LEALTAD O REQUIEM POR UNA AMISTAD QUE SE HIZO MENTIRA

Es cierto que corren tiempos en los que la incertidumbre cercena los pilares que sostienen el oficio, pero ¿Acaso vale la pena, en aras de ganar espacios, echar por tierra la imagen de los compañeros?
Siempre he creído que contar cuentos debe sustentarse en la lealtad y en la honestidad. Al menos, para mí, es un privilegio que la gente me descubra cuando cuento, que se perciba el temblor que delata desde dónde esta brotando la historia que seduce o provoca, que silencia o alarma, que desvela o arrulla, que conmueve o deja indiferente.
También es cierto que somos diferentes, muy diferentes: algunos llegan y enseguida el mundo se echa a sus pies, a otros les intuimos vacíos y luego te sorprendes con la boca abierta y el corazón pleno de poesía (y viceversa), algunos pasan de largo hasta el momento de la sesión y hay quien se vende y sabe hacerlo, entonces, por la rozón que sea, uno se pregunta cómo.
Si algo bueno tiene la vida (y nuestro oficio la cuenta y contándola la reinventa y la vive) es que pone las cosas en su sitio. Es justo que nos agranden o convenzan, más o menos, el trabajo y los modos de nuestros colegas. Es justo y normal (se llama subjetividad) pero siendo objetivos hay desprejuiciarse y dar al ego un puntapié y aprender a asumir el rol del público, siéndolo, viviéndolo, sintiendo que esto en un ejercicio de comunicación y que si la gente se entrega es por que se conmueve y disfruta; nos gusten o no las maneras de enfocar el trabajo que tiene el otro.
Me avergüenzan aquellos que se acercan a programadores y otros seres con el poder de ofrecernos espacios y tiran por tierra la imagen de compañeros injuriando, calumniando, construyendo imágenes falsas con el fin de trepar y subir y medrar y joder (esa es la palabra exacta) Puede que entre amigos y compañeros sea normal decir abiertamente lo que me gusta y o que no, lo que me chirría y lo que me convence (movidos por la razón que sea) pero llegar a la inmoralidad de construir imágenes erróneas ante aquellos que nos dan la oportunidad de defender el oficio y defendiéndolo ganarnos la vida, me parece deleznable.
Por suerte la vida fluye y no hay nada más socorrido que un día detrás de otro y las aguas toman su cauce y lo que sube baja y quien a yerro mata a yerro muere y la mentira tiene las patas cortas y así hasta el infinito porque marineros somos y en el mar, andamos (en mi país se cambiaron arrieros por hombres de mar)
Respetémonos, que a cada quien la vida dé lo que se merece porque lo construye y se lo gana o porque como al burro la casualidad le ayuda. Defendamos el oficio desde la dignidad, eso nos hace mejores cuenteros porque contando desvelamos lo que somos.

jueves, 9 de junio de 2011

DESVARÍOS

Que no quiero la dulce
Caricia dilatada,
Sino ese poderoso
Abrazo en que romperme
Jaime Gil de Biedma


Tanto vuelo sin pausa, tanta fuga, tanta ternura desatada, tanto mar ajeno y a la vez común, tanto decir que pasa, que todo pasa y queda…
Y en su paso, el ardor de la huella que deja el desamor, cuando pone sus huevos bajo la piel del verso, ha cerrado a cal y canto la puerta a mis recuerdos y estoy como queriendo decir algo con nombre impronunciable por la punzada que deja en mi silencio.
No sé qué quiero ahora que la noche masculla rubores y vergüenzas para escupirlos, irreverente, al pie de la cama; para fugarse luego y dejarme desconsolado en la urgencia de bautizar algún gemido lento que preñe mi corazón de auroras.
Y no quiero el arrullo, ni la nana. No quiero el frígido consuelo de tener que decir: lo siento, tampoco quiero escuchar lo mismo de otras veces como un remiendo apurado a la esperanza que, al resolverla, la desdibuja y la prostituye.
Quiero anegar la noche de abrazos, sólo abrazos; quiero romperlo todo, que cada trozo salte en estampida de luz para cegarme y ciego de mis luces recorrer las verdades y las sombras que esperan, ojerosas, en la puerta cerrada donde calla el recuerdo que pasa y que se empoza y que no fluye, ni crece, ni se rompe.

miércoles, 8 de junio de 2011

OFICIOS Y PRIVILEGIOS

Hay un día en que se constata el privilegio de un oficio, la suerte de echar palabras al vuelo sin otro ánimo que el de sacar a la luz esos lugares comunes que son las ausencias, el recuerdo, los miedos, la memoria y al nombrarlos, hacerlos certezas.
Esta historia empezó hace poco más de un año en el patio del Hotel Convento de Santa Clara, en Alcázar de San Juan.
Yo fui a contar, esa vez me tocaba contar y confieso que ya tenía vivencias suficientes para dejarme llevar por la magia con que el lugar arropa y sublima las palabras (al menos las mías) y jugar, simplemente jugar a tejer un camino invisible entre mis recuerdos viejos y la memoria reciente de unos adolescentes llegados a La Mancha gracias a la Ruta del Quijote y al privilegio de los Viajes Educativos (puede que en peligro de extinción)
Los encuentros anteriores fueron mágicos por la sensatez de Vicente Montiel al proponerme que no hablara del Quijote y diera rienda suelta a los afectos. Fue así como el Meneses de mis recuerdos, el de mi niñez con casa vieja y calle de piedras, en el que sólo tenían hora exacta el colegio y las comidas porque el resto del tiempo se perdía entre carcajadas, libros, canciones, juguetes y alguna que otra maravilla que inventaba la carencia, apareció para facilitarlo todo, para contar lo que tuve y lo que me faltó, lo que soñé y lo que me inventé (todo ello mezclado hace el recuerdo)
La serpiente y su cola, un cuento del cubano Onelio Jorge Cardoso, se prestó a ser puerta y sin quererlo o porque lo quiso (como el abuelo de la historia) se volvió camino porque marcó el ritmo de la sesión y me atrevo a decir que el de la noche. Un camino que sacó nostalgias y vivencias, alguna lágrima y más de un abrazo con ganas de consolarnos ausencias comunes y de apretar esos lazos nuevos que, dada las prisas de estos tiempos, se me antojaban fugaces, frágiles.
Pero ha querido el destino, y a ese destino han contribuido generosamente Marian y Ana, que esta semana mi voz sonara en Mallorca, en El Arenal y en Porto Cristo, en sus respectivos Institutos, donde tiene el lujo de constatar que han elegido el magisterio por vocación.
Han sido días intensos, de redescubrimiento y de suspiros, de abrirle puertas a mi vocación de palabrero y a mi oficio de cuentero. Es cierto que las orejas han sido ávidas y generosas y por eso, mi palabra tuvo eco y arrope en los silencios y en las risas, en los suspiros y en los ojos mojados, en el travieso que se guardó la travesura, en el que volvió a tener pocos años y llamó mi atención para que sus ojos sintieran mi presencia, en los maestros y maestras que me arroparon y me cuidaron y mi hicieron sentir como un amigo viejo que vuelve de la vida a reinventar los camino de antaño, en el asombro de los ojos y en la sorpresa de las bocas (como el día en que mi madre levantó el vuelo)
Ha sido un lujo, un lujo como pocos nos permite este tiempo fugaz que nadie atrapa.
Pero si algo me conmueve y a la vez me silencia ha sido el reencuentro con los chicos y las chicas de la Ruta, los de cuarto, mis amigos, los ojos que recordaré siempre que diga había una vez y mis cuentos censuren al silencio.
Puedo decir algunos nombres, pero no vale la pena porque son una piña apretadísma, donde fluyen los afectos casi de manera oculta y saltan a la luz cuando se hacen necesarios para arropar el llanto y la melancolía, para mostrar al mundo que son agua que fluye cargada de emociones, transparente, vivaz, irrepetible como el río de Heráclito, pero con vocación inevitable del río que es siempre río y aunque falte la lluvia, bastará una gota mínima de agua para que fluya y cante.
Habéis sido un regalo, sois un regalo y seréis siempre los que mejor sabéis escuchar la primera historia que conté mucho antes de saber que este sería mi oficio y mi vicio y, gracias a personas como vosotros, un privilegio.

jueves, 2 de junio de 2011

Donde nacía la lluvia


Si llovía, mi casa era el aguacero. Desde el techo caía la llovizna y pegadito al suelo aparecía un río, que de lado a lado, atravesaba la casa de mis juegos. Todo para que mi madre perdiera la cordura e Ivis y yo viéramos pasar el agua subidos en la cama y escondidos debajo de las sombrillas conque mami nos protegía del catarro.
Ese día, cantaban altísimo las ranas y mi hermana le pedía a mi padre que acabara con ellas, moría de miedo. Y yo moría entonces de tristeza, si mi papá salía sigiloso para acabar la alegría conque ellas llegaban hasta allí, pensando que en aquel lugar nacía la lluvia.
Sólo la tristeza de mi madre, me hacía pesar que aquello no era fiesta. Y cuando salía el sol, cuando escampaba, el piso era de tierra, los muebles de tan húmedos se pintaban de blanco. Y mi madre, descalza, fabricaba de nuevo el espejo por donde caminábamos, mientras mi padre sacaba agua nueva de la cañada, para limpiar el cauce del río en que crecimos.