lunes, 30 de mayo de 2011

DE LOS "RECUERDOS DE MI ÚNICA CASA"

LAS LLAVES DEL CIELO

¿De dónde sacaron aquel nombre tan raro de mi abuelo? Tan raro era que mi madre y sus hermanos no supieron llamarlo por su nombre. De ahí que nosotros heredáramos la costumbre de llamarlo “papá”. Así, sencillamente así. Pero el asunto no era tan sencillo, porque decir “papá” era callar el grito, espantar el miedo, asustar el regaño y si decías “papá”, antes o después de pedir permiso, cualquier punto del horizonte era buen camino.
Estoy seguro de que mi abuelo tenía las llaves del cielo y que algo de leyenda marcaba su vida. Porque eso de que él no dijera mentiras y que en mi pueblo se tejieran las historias que se tejían acerca de su barba, donde mis primos y yo solíamos tejer desde un columpio hasta una enredadera repletica de flores, era demasiado raro.
Y es que ese abuelo nos vino a todos como mandado a hacer: hablaba bajo, no se peleaba nunca, sabía de muchas cosas -sobre todo de consuelos- y, cuando regresaba en su caballo, por los ojos alucinados de la bestia sabíamos que venía de alguno de esos sitios que ni sabios, ni poetas, han logrado encontrar en sus inventos y en sus sueños.
En las alforjas de su montura había de todo: guayabas, ciruelas, lagartijas, pedacitos de caña, fotos de la familia, gatos recién nacidos y panes de gloria; eso por sólo mencionar algo. Miren si guardaba cosas en las alforjas que un día, según el más mentiroso de mis primos, papá llegó de Caibarién y traía en las bolsas de su montura un helado para cada uno. Ese día, cosa rara, nadie lo estaba esperando y papá se puso tan triste que mi primo tuvo que dejar su tarea de domar avispas y comerse uno a uno los helados para que el abuelo sonriera.
Le creí a medias, pues papá tenía un sentido de la justicia que una pomarrosa chiquitica alcanzaba para todos y eso que, además de nosotros que éramos diez, siempre había cuarenta o cincuenta muchachos rondando la casa. Para todos había; mientras más chico, más rendía. Porque entonces papá te miraba a los ojos de un modo que el frutal entero se metía entre la dulzura de su mirada y el pedazo de la fruta que apenas se veía en tu mano.
Confieso que fui el más preguntón de todos, por eso sé otras cosas que no digo; pero papá me confesaba sus caminos con sólo una caricia. Estaba seguro de que, muy a su pesar, yo nunca correría a caballo y conservaría intacta la memoria, o al menos más clara que la suya, a él, por momentos, la brisa del galope le enredó las ideas.
De mi abuelo se dicen muchas cosas, tantas que hay días en que un caballo relincha y pronuncia su nombre, una vieja suspira y es su nombre , un niño ríe y es su nombre y el llanto, y la certeza y el café…Todo es su nombre , su nombre raro y su apellido largo. Esas palabras que se me han vuelto viejas y que son la honradez y la decencia.
El recuerdo es demasiado frágil, la vida corre más aprisa que su caballo blanco… Papá está demorando mucho su regreso.

No hay comentarios: