miércoles, 6 de enero de 2010

A punto de que acabe el Día de Reyes..Magos

Lo cierto es que anoche, cuando Gaspar, Melchor y Baltasar andaban ya en faena para encender ilusiones a este día gris como casi todos los últimos días de este invierno lluvioso, tuve ganas de recordar, mejor dicho, de reinventar el recuerdo. Soy de una generación de cubanos que a los cinco años, cuando las ilusiones son tangibles, tuvo que asumir la "gripe ideológica" que hizo alejarse a sus Majestades de las costas cubanas, al punto de quedarse (los tres) agarrados firmemente a los flecos de la memoria para aparecer, extrañamente, en el mes de julio. Ya no era los Reyes, pero los niños que fueron nuestros padres seguía asociando la suerte del juguete al viaje de Gaspar, Melchor y Baltasar.
Y es que antes todo era más lindo, digo yo, como si fuera suficiente soñar para que cualquier cosilla te arrancara sonrisas...
¿qué habrá sido de los niños que fuimos?¿Qué será de los niños y niñas (hoy se tiene más consideración con el género) de este tiempo en que tienes que escuchar a un impresentable Baltasar hacer guiños políticos a una fiesta que fue siempre fiesta de ilusiones aún en tiempos peores y que lo sigue siendo en sitos donde la palabra crisis no se nombra porque siempre hemos vivido en ella y aunque "acostumbrarse es una cosa oscura", aprendimos a asumirla?
Nada que siempre hubo necios y yo prefiero acostarme con el sabor dulzón de la nostalgia y dejaros este texto de un libro que escribí hace doce años, "Recuerdos de mi única casa" y en el que otorgo a los Reyes Magos el privilegio de una memoria que me hace salvar, contar y reinventar los recuerdos más lindos de mi infancia


NANO Y MARIA: ENTRE CANARIOS Y BORDADOS


Nano, el barbero de mi pueblo, le cotejaba la cabeza al más pinto. Se quedaba lelito escuchando al millón y medio de canarios que tenía enjaulados. Si los pájaros callaban, les silbaba una contraseña que no pude aprenderme, la cambiaba cada vez yo que iba de la mano de mi padre.
Mientras Nano hacía maravillas con el ruido de su máquina y su orquesta alada, María, su mujer, fumaba en un rincón más de mil cigarrillos y bordaba florecitas de rococó en las batas de canastilla. En Meneses, todos nos vestimos por primera vez con los milagros que María sacaba de sus manos.


Un día, mis padres me creyeron grande, fui solo a componerme la cabeza….Pero Lissette y yo teníamos juntos más nubes que las que hay en el cielo y nos fuimos hasta el fondo del patio a encontrar al culpable de aquel asesinato: habían hecho trizas un arbolito de Navidad. ¡Qué sacrilegio! Y a aquellas alturas de la vida, los niños de Meneses no sabíamos que cosas era la Navidad y no habíamos visto nunca un arbolito. No pudimos hallar al asesino; Lissette rescató una bola amarilla y yo, un pedazo sucio del algodón que ponían por nieve. Algo es algo.


Nano y María nos vieron tan tristes que no hallaban qué hacer para aliviarnos. Del remedio para Lissette, no me acuerdo. Pero a mi me dijo Nano: “¡Quítate esa camisa de barquitos y siéntate en mi sillón, de espaldas al espejo!”. Así lo hice y en lo que Nano me dibujaba un sueño con el ruido de su máquina, María le bordó una florecita de rococó a cada barco de mi camisa. Salí de allí como nuevo, tan elegante, tan lindo que, camino a mi casa, los adultos llamaban a los más niños para que conocieran en persona a uno de los Reyes Magos.