miércoles, 18 de noviembre de 2015

EN POCAS PALABRAS...

Hace unos meses, quizás un año, mientras esperaba "norecuerdoaquién" en la Librería Rosario Castellanos, en México DF, se organizaron las ideas que luego apuré a mi regreso a casa y nació este relato. Soy un palabrero, juego con las palabras, las huelo, las toco, las zarandeo y nacen estos textos imperfectos que luego comparto con mi voz.
"En pocas palabras..." fue publicado (por un error editorial sin mi nombre) por la Revista Contante y Soñante de la Corporación Vivapalabra hoy lo comparto porque ando con ganas de charlar con el mundo.
Mi abuelo era un hombre de palabra – decían
¿Una sola palabra?- me preguntaba aunque tenía la certeza de que sabía más de una; pocas eso sí, pero más de una.
Sus manos eran callosas pero suaves. Eran como la tierra: a ratos blandas, a veces duras; y frías y calientes y húmedas y secas.
Su mirada tenía la apariencia de un lago: profunda, limpia, misteriosa.
Mi abuelo no contaba cuentos, contaba su vida que era como de cuentos. Yo lo escuchaba queriendo entrar en sus pocas palabras; las precisas, las verdaderas.
Él sabía compartir como nadie las cosas pequeñas y difíciles de repartir entre todos
Su larga barba blanca llegaba más allá de sus rodillas y por las hebras plateadas de su pelambre mis primos y yo subíamos a buscar el pozo de sus besos apagados y secos pero dulces
Mi silencioso abuelo tenía tanta azúcar que, en la siesta, venían a morderle las hormigas; entonces él roncaba y resoplaba para que ellas buscaran el camino que llevaba hasta el tarro de azúcar de la cocina y que custodiaba mi abuela.
A papá –así le llamamos siempre- le gustaba verme cantar, recitar poemas de memoria y, en las tardes, me pedía que leyera en voz alta y clara las noticias porque juntar las letras del periódico se le hacía muy difícil.
Cuando la noche era oscura, los ojos de mi abuelo eran faros. Cuando la noche era más noche saber que mi abuelo nos velaba hacía que la oscuridad fuera mentira. Corríamos entonces a cazar los cocuyos que el abuelo llamaba haciendo ruidos con el dedo índice moviendo sus labios.
Venían todos los cocuyos del mundo. Cazábamos cientos de ellos y los guardábamos en frascos de cristal para alumbrar la noche. Mis primas mayores, que ya andaban preocupadas por el amor y el matrimonio, agarraban a uno de los pobres bichos, lo colocaban patas arriba y cantaban: - Cocuyito cocuyito cuántos novios voy a tener… Lo soltaban y según las veces que este saltara para librarse de nosotros y volver a volar, sería el número de amores que depararía el destino.
Yo nunca pregunté cuál sería mi futuro amoroso.
Mis primas se hicieron mujeres y en una de esas noches en las que al parecer ya estaba dispuesto a crecer, me atreví a realizar el ritual: el cocuyo más grande y encendido patas arriba, mis primos más pequeños bien atentos y el abuelo velándonos la noche.
- Cocuyito, cocuyito cuántas novias voy a tener… - dije tímidamente y se hizo el silencio. Yo esperaba. Yo temblaba. Entonces, e l cocuyo se volteó sin saltos y sin ruidos; miró mis ojos asombrados con sus ojos encendidos y alzó el vuelo.
El abuelo se acercó, acarició mi cabeza y con sus pocas palabras me dijo al oído:
- No te preocupes, hay verdades que ni un cocuyo sabe decir.
Se acabó esa noche, pasaron muchas otras hasta que un día se marchó el abuelo llevándose sus pocas palabras, sus manos, sus ojos, su barba, sus besos. Yo no he vuelto a cazar cocuyos y la vida me ha obligado a nombrarla con voz propia.
Hay verdades difíciles y hay verdades hermosas.
Mi abuelo de pocas palabras era un hombre generoso y sabio.

Hace un año y medio tuve el privilegio de que Andrés Montero y Nicole Castillo me pidieran prologar un trabajo que la Compañía chilena "La Matrioska" (que ambos fundaron y sostienen) realizara en dos barrios de Santiago de Chile, una experiencia que puso el acento en la cara instrumental de este oficio que compartimos y en el que creemos.
Agradezco la confianza y aquí dejo algo de las reflexiones:
Poner voz al recuerdo es un acto de dignidad, es un ejercicio sanador que dibuja las aristas del camino surco que hacemos en este ir y venir de la memoria que nos consuela a veces, otras nos desvela y otras tantas nos obliga a cerrar los ojos como queriendo borrar imágenes, sucesos, acontecimientos.
El humano es humano porque recuerda y, nombrando el recuerdo,  viaja a su pasado, lo fabula, lo sublima y lo ennoblece porque todo tiempo pasado fue mejor si se dice  y se comparte desde el lugar en que el afecto le devuelve a la vida su grandeza y rescata a los hombres y mujeres del pantano insondable del olvido.
Corren tiempos difíciles para la especie humana, el progreso nos aliena y nos despoja de palabras y gestos, de abrazos, de miradas, de espacios que nos permitan contar de dónde venimos y trazar el dibujo de a dónde queremos ir, pero aún nos queda la voz, nos quedan los cuentos, nos queda la memoria.
La tradición oral sigue viva y regalándonos la estructura maravillosa y flexible del decir con voz propia, sin los artilugios de la literatura ni las cadenas de la semántica y de la gramática. La oralidad nos permite y nos exige volver a los lugares comunes y quitarle y ponerle todo lo que la memoria emotiva nos exija para convertirlos en esa parte nuestra que queremos que trascienda a la prisa y a los lazos virtuales.  Hay que escuchar la voz ancestral que vibra y nos propone volver a juntarnos para contar la vida con palabras sencillas, fáciles, cercanas.
Vida y cuento van de la mano, inseparables, complementarios. La vida es el cuento en estado puro y el cuento sólo es verdad cuando el narrador lo vivifica con su voz, con su experiencia y lo pasa por su memoria y quien lo escucha lo enlaza con sus vivencias (vida y sueños) y lo devuelve o lo reinventa o lo desarma.
Ahora tengo la certeza de que el olvido tiene menos presencia en Yungay y en La Victoria;  lo digo con la convicción con la que encantan y endulzan mi oído las voces que hay atrapadas en las palabras que conforman las historias recogidas por Andrés y Nicole y porque sé, por experiencia propia, que quienes escucharon a sus convecinos y familiares narrando los recuerdos comunes ahora tienen ganas de vivir para que alguien cuente luego su vida o saben que poner alas al recuerdo es permitirnos el derecho a trascender gracias al juego liberador que proponen los cuentos.
Esta experiencia me provoca a mirar la historia cotidiana que el río de la prisa se lleva porque si y me exige encontrar palabras para contar mis días que son los días de los otros, nuestros días de hoy en los que la memoria incansable no deja de tejer razones y pretextos para sostenernos, para nutrirnos la raíz y ampararnos el vuelo.
Gracias, amigos, por abrir espacio a la palabra sencilla y humana, por poner campanas que censuren  al silencio, al olvido y permitir a la memoria que cante y cuente, que exija con voz y acento propios su derecho a nombrar y a definir quiénes somos.


lunes, 28 de septiembre de 2015

CHEIRO

La humedad me despierta el olfato. Mi parte más animal se desata o se anula con los olores y la nariz me lleva y me trae de la mano por todos mis recuerdos, mis amantes, mis caminos y hasta mis soledades.
Sao Paulo lleva unos días poseído por la humedad y tengo el instinto desatado: todo huele más, todo invita más, todo es más todo.
Lavaba una camisa y el olor que subía de mis manos me llevó a un recuerdo de la infancia: la primera vez que tuve en mis manos una goma de borrar con olor a frutas.
Era 1976, era el año de la Institucionalización (palabra que pronuncié tan bien desde el inicio que asombraba a mis mayores) estábamos en la calle, entre la botica de Saturio y el olvidado Centro de Veteranos, Marta García llegó con un regalo: dos de las primeras gomas de borrar perfumadas que se vendían en Meneses: para mi hermana, rosa y con olor a fresa; para mí, verde y con olor a manzana (evidente connotación sexista aunque, afortunadamente el rosa y yo nunca fuimos muy buenos aliados) Dimos las gracias después de la consabida frase adulta, retintín incluido: qué se dice…
Nada fue demasiado importante porque me poseyeron el olor y la palabra manzana. Los niños cubanos de mi generación tuvimos la manzana en la lista de imposibles y nuestros padres la nombraban con cierto aire de melancolía y apego como si hablaran de LA FRUTA (vivan las frutas tropicales, un toque chovinista).

Estaban como tomados de la mano el olfato y la palabra, mis dos perdiciones haciendo causa común. Yo no sabía cómo era una manzana ni a qué olía, pero aquel olor era tan olor y la palabra tanta nostalgia que mi gordo interior tomó las riendas del asunto y… ¡Me la comí!
El sabor que tenía era extraño pero mandaban la nariz y el imposible.
¿Lo había olvidado? No, sólo faltaban la soledad, la calma, la humedad, la primavera y un olor para que volviera el recuerdo de la nada a estas letras.

lunes, 17 de agosto de 2015

COCUYITOS DE PUEBLO...

Qué los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.
Federico García Lorca



Difícil resulta ser en este trozo cálido, luminoso y festivo del mundo.
La norma oprime; y la norma no es norma sino en la enferma tradición, la rabia, el miedo, la ignorancia, la duda y el misterio, la ansiedad y la angustia que supone ser uno mismo. Y es que ser consecuente se se endurece y complejiza si éste ser está sustentado en una diferencia que no es buena ni mala, que sólo es y punto.
Y se puede ser pleno sólo si el estar se vuelve amable, acogedor, tolerante y hace oídos sordos a la moralidad, la desidia, la mentira
"Aquí hay mucho marica", me dicen con el falso desparpajo y la falsa tolerancia de la modernidad que alberga, ineludiblemente, el veneno de la burla la ponzoñosa tradición que para ciertas "cosas del querer" se vuelve una mala puta.
Entonces me pongo militante y rompo una lanza en favor de tanta mariquita que se mueve a ritmo de champeta con el cuello estirado y un aletear de cocuyos en los ojos. Cocuyitos de pueblo que apagarán su luz a fuerza darse al placer de los "machos" que enarbolan su "palo sancochero" con la maldita consigna de que en tiempo de guerra cualquier hueco es trinchera y ser, en estas condiciones, es una guerra sin cuartel, sin piedad, sin sentido.
En esta tierra donde la morenez se debate entre la raza y el sol quemante, la hombría tiene el lastre amargo del machismo que se desmorona, inevitablemente, en el ir y venir de caderas que en su compás provocan y seducen, en el mirar que atraviesa, convida y desnuda, en la nariz que señala un punto en el que perderse para jugar a ser en este juego peligroso<, juego en el que queda un alma rota, en el que se acumulan el desamor, la angustia, el maltrato, el abuso, la indiferencia.
No sé sin son muchos los maricas, pero hay muchas mariquitas que se muestran al mundo como tristes caricaturas que esbozó la mentira, la negación, la falsa alegría de esta luz que ilumina y ciega, que embellece y quema, de este horizonte que te pone unas alas que se atrofian y acaban asfixiando al ser que pajarea y canta donde empieza la vida o, mejor dicho, que va pudriéndose cuando la vida intenta darse al maravilloso goce de ser uno mismo.

lunes, 6 de julio de 2015

LEVEDADES


Estas últimas noches he dejado  que Pedro Lemebel me hable de sus amores. 
Anoche, mientras me hablaba, pasó un ala o una nube. Era algo leve y gris, algo volátil que convocó una lluvia melancólica y pasajera.
Luego me dormí y soñé que volaba para llegar a una casa donde sólo la luz estaba definida; lo demás era claro en el sueño pero ambiguo en la realidad y no sé explicarlo
Amanecí con otro avance de Canciones y palabras, el nuevo proyecto de Veleta Roja​. Hernán Milla me envío un adelanto en el que   Luna canta una leve canción que es ala, es nube, es mar, espuma y no es gris, sino azul de un azul luminoso como la luz del sitio al que volaba en mis sueños.
Y la canción me lleva a los secretos que me compartió Carlos Cano la pasada semana y los reescucho y soy tan leve que ahora mismo hasta la luz me traspasa, me atraviesa y tengo tantas certezas como dudas, tantas ganas como miedos, tantos caminos como casas, tanta voz como silencio y tanta lluvia y tanto sol, tanto arcoíris que la vida se llena de  preguntas:
¿Dónde está lo real, dónde lo onírico?¿Qué linea delgada separa el ser del estar, la vida del verso, el camino del cuento?
Ando como quien vuela, como quien cantan, como quien se aferra al suelo para que la cabeza siga en su sitio habitada por pájaros y trinos.
Ando con ganas de arroz con leche, de chocolate y sopa, de arrullos, abrazo y ñoñerías varias. Ando con ganas de volver al sitio donde cantan mis palabras sin mi voz.
¿Por qué se quedó Dios la ubicuidad para el solito?

miércoles, 21 de mayo de 2014

CUANDO EL GRIS EXIGE UN PARAGUAS NARANJA

Amaneció tan gris que opté por salir a comprarme un paraguas naranja. No lo encontré, a veces los deseos más simples se vuelven imposibles.
Un tren pasó a mi lado y me fui sin saber a dónde y empezó la llovizna.
Otro sentido tiene la lluvia desde la ventanilla de un tren que olvidó la puntualidad, la prisa, el tiempo. Otro sentido tienen la vida y sus paisajes: las hojas amarillas incendiando los grises, una señora con cara triste y chubasquero rojo, una pareja desafiando el frío con sus besos, la fiesta de unos niños en un charco.
El traqueteo arrullador y el abrazo helado del viento hacen vibrar mi cuerpo con un escalofrío digno de un orgasmo.
Es evidente mi placer, mi gozo; tanto se me nota que pienso en un café y alguien pasa y me mira con ganas de invitarme a... (queseyoaqué)
Resulta tentador pero le ignoro, no sé cómo explicarle que sólo necesito un paraguas naranja.

Siguen el tren y la lluvia
Siguen el gris y mis ganas de un paraguas para encender el día.

Me voy al cumpleaños de un amigo payaso que no supo la magia suficiente para que hubiese sol el día de su fiesta. Imagino globos y colores pero hay sólo silencio. No habrá fiesta y se va mi cabeza al dichoso paraguas.Afuera llueve y ya la noche se apura para cerrar el cielo a las seis de la tarde.

Llega Vicente, un niño autista que me ha visto sólo dos veces apuradas y hace más de un año.
- Hola, Aldo, yo te cuento un cuento y tú me cuentas otro- dice de golpe, sin pausas, sin respirar.
Yo siento que la tarde se enciende, que se acaba la lluvia afuera y que empieza en mis ojos.
Me cuenta la historia de una pajarita de papel que cobra vida a cambio de que yo le cuente "La cucarachita Martina", cómo negarse, cómo negarme.
Lo contamos juntos, lo contamos todos: Vicente, María, Gonzo y yo.
Es tan lindo que a mi la tarde se me vuelve fiesta y Vicente se aprende, a la primera, el estribillo de Ronda de Luces y cantamos a dúo.
Hay extraños arcoiris que aparecen de noche, sin sol, sin soñarlos, sólo con un una sonrisa

Y Vicente concluye:- Aldo y yo somos hermanos para siempre, lo hace buscando la palabra precisa para crear la frase perfecta.

Vale la pena salir a comprarse un paraguas naranja porque el camino se va llenando de colores y la vida se enciende, se ilumina, reluce.

lunes, 17 de marzo de 2014

DE LOS OFICIOS, LOS SENTIMIENTOS Y LAS TRAMPAS

Hay días que todo reluce, relumbra, brilla y entonces creo que la luz marca el camino.
Hay días como este en que no sé si es luz o sombra lo que me piden alma, vida y ventura pero es cuando más precisas se vuelven las palabras porque me siento más desnudo, más honesto, más yo.
Me gusta este oficio que me ha ido eligiendo y armando, que me ha hecho crecer, despegar e incluso mirar sin miedo ni pudores a la raíz de mi esencia pero me asusta a la par que me compromete, me aliena de los "grupis", las modas y las tendencias a la vez que hace más visible mi voz; entonces me dan ganas de callar para siempre y dedicarme a otro oficio nutritivo y humano, complejo y salvador, poético , seductor: la cocina, por ejemplo.
Hoy es uno de esos días en que prefiero el bullir de las ollas, el canturreo del agua, la presencia del fuego y mandar a la nada esta voz que a veces se me antoja moralista, redicha, pretenciosa aunque juro que lo que hago lo construyo a fuerza de poner más verdad a mis verdades y más luces a mis secretos, a mis sombras.
Y es en este momento catártico que la vida me reta y me dice que siga, que el azar, el destino, el hado y que sé yo fueron armando esta espiral de palabras, aplausos, caminos y silencios porque hay algo que descubrir o reinventar y me avergüenzo de mis pataletas de niño sin regazo, ni leche templada y me lleno de preguntas:
¿Por qué pretenden convertirnos en predicadores, profetas y sanadores de almas?
¿Por qué no nos exigen mirarnos más adentro para que sea más honda y verdadera la palabra?
¿No sería más fácil encontrar el modo de contarnos que canturrear fórmulas y esquemas que al final nos alienan?
Lo curioso es que ya algunos se han subido al carro del engaño y de las profecías, la sanación, la farándula y el ruido y se van por caminos sin nombre poniendo cepos a incrédulos, huérfanos y necesitados de una palabra amable, de un espacio de afecto, de un "había una vez" camino, de un "colorín" faro para consolarse las prisas de la vida, las ausencias.
Reclamo honestidad, autenticidad y generosidad, que resultan conceptos enormes pero pueden ser fáciles, llevaderos, sencillos (que no simples) porque son, a mi juicio, las claves de la dignidad y es la dignidad lo que puede salvar este tiempo, a este oficio y a sus oficiantes.
Y como todo esto viene de los talleres de los últimos días, ahí os dejo el poema-cuento que cerró  y amalgamó los cuentos del Taller de Tutuma, en Oaxaca.

A la casa de ventanas enormes no se la llevó el olvido; se la llevó el viento cálido del desierto y la trajo hecha de polvo, de arena y de ceniza a un apartado lugar de la memoria. 
El hombre que sabe de silencios, descuelga un acordeón al que enmudece el olvido que la pared le impone, desdobla los apuntes de una canción que guarda y le canta a la niña de ojos luminosos y asombrados el cuento de una casa que no mató el olvido, que se la llevó el viento para que fuera siempre melodía.
Gracias a Sandra, Dalila, Carolina, Javier y Fernando por ese tiempo memorable de afectos y escuchas

martes, 25 de febrero de 2014

Y TIRANDO DEL HILO, CANTANDO, JUGANDO

Escuchaba al dúo Karma, que me encanta.
El corazón es agua, cantan. Un poema de Miguel Hernández.
Y su canción me lleva o me trae
(según quiera mirarse o pueda mirase)
y esto sale de mi o de ellos, o de su canción y mis ganas 
(según se mire o pueda mirarse)
Mi corazón
es agua, bébelo
es puerta, entra
mi corazón

aguarda, llega

Y tirando del hilo mi corazón y mis palabras me llevan a este juego o poema 
(según se mire o pueda mirarse)


Mi corazón
Es pera
Espera
Esperanza
Mi corazón de agua
Aguarda
Guarda
Mi corazón
De pera y agua
Que aguarda
Que espera

Que una esperanza guarda

miércoles, 19 de febrero de 2014

MÁS QUE PALABRAS

Hay palabras cuyos sonidos dibujan aromas y sabores en mis recuerdos; palabras que armaron de significado las ausencias que tuvo mi niñez de pueblo y que en voces adultas tenían el soniquete dulce de la melancolía.
Hay sabores que me llevan a mi calle, colores que desmienten a la ausencia y al olvido. Hay palabras que fundaron presencias y que me llevan a certezas que no fueron vivencias, a verdades que no fueron más que un trozo latente en la memoria emotiva de mis mayores.
Siempre que una alcaparra se revienta en mi boca, es  mi abuela quien nombra su sabor desde su propia voz que acude repitiendo su frase preferida para celebrar un estofado, por ejemplo: Está muy bueno-decía-pero con una alcaparrita… Y dejaba suspendido el diminutivo en la ternura que arrulla el recuerdo.
Hoy me lavé las manos y sentí el olor de mi madre, era un jabón que no estuvo en mi infancia pero que sonaba en su voz y llenaba la casa con este aroma empalagoso con el que la recuerdo extraña e inevitablemente: Palmolive- lo nombraba con la fonética castellana de sus nueve letras y el olor se fue quedando en mi como algo propio, conocido, común aunque no estaba.

Son más que palabras las palabras.  Son presencias, aromas, sabores, son memoria y su canción se estrena cada vez que la vida nos propone nombrarlas, convocarlas, despertarlas, vivirlas.

jueves, 24 de octubre de 2013

CANCIÓN DE OTOÑO














Ya se anuncia noviembre
el velo de la luna lo delata
el rumor de las hojas
la llovizna.

Ya noviembre convoca las ausencias
la huella del invierno
y el rojo entristecido de sus ocasos.

Yo lo espero leyéndome las manos
para encontrar las pistas del pasado
para saber si el nido aun es refugio
si volverán las garzas
a enarbolar su blancura en mis tardes.

Ya noviembre está aquí
censurando al otoño sus bondades
reclamando a la vida tanta fuga
santificando al muerto que murió
de muerte simple.

Es noviembre otra vez
lo dice el cielo
y lo exige mi voz con ganas de ser canto.

Ya se anuncia noviembre
y estoy donde hace un año
estoy
no soy el mismo
soy la garza y el nido
soy la fuga
soy la voz y el silencio
la llovizna
soy la luna, mis manos

soy la espera

domingo, 1 de septiembre de 2013

BIOGRAFÍA

Cuando aprendí a soñar no tenía alas
apenas unas pecas adornaban mi rostro
y un pájaro amarillo anidaba en mi alma
La calle no era calle pero tenía un nombre
La casa era un encaje que se encendía
según dictara el cielo sus azules.

El día que nombré con mi palabra el sueño
no calculé el abismo
ni entendí las distancias
no sabía de horizontes
sólo del trozo verde
por donde el río apareció para bañar
el trillo en que jugaba.

Para qué brújulas y mapas y astrolabios
si el corazón de un niño era bastante
para hacer lo imposible.

El pájaro se fue
dejó sus huevos solos en mi alma
y no supe qué hacer con tanta vida.
El río se secó cuando la lluvia abandonó mi calle
y la casa remendó la mágica maraña de su vejez
aparentando que iba mejor la vida,
entonces huí
empezaba el escozor de las alas.

El niño se salvó
ahora me mira y canta
me propone esta inocente fuga del azul
que el amarillo atrapa.

Ahora mis sueños viejos se llaman esperanzas
y convocan el canto de la lluvia
para que vuelvan el verde
el río
la casa
la ilusión

las primeras palabras.

sábado, 10 de agosto de 2013

VIAJERA

La flor azul vio al pájaro y soñó el vuelo.
Arriba, el cielo abismo; abajo, el espejo del agua dibujaba el infinito.
Un suspiro y la flor dejó la rama.
Sin alas fue imposible alcanzar altura y volando cayó en el frágil cristal del agua.
En el agua no fue pájaro, la flor azul fue barca  que la corriente meció  y llevó quién sabe a qué horizontes.

En la flor vivían el pájaro y la barca: vivía el viaje
La flor azul anduvo su camino.

Pájaro o barca, daba igual, sólo importa vivir la plenitud  del sueño.

viernes, 26 de julio de 2013

MITADES


 
Cada mañana, mi padre se levantaba diferente. Sólo mirando a sus ojos podía saber quién o qué se sentía.
Cuando despertaba mitad lluvia, mitad sol; a mediodía era arcoíris.
Si  al despertar era silencio y ruido, sería música en la tarde.
Siempre distinto,  pero siempre Él.
Yo prefería cuando amanecía árbol y ala, en la noche  sería nido para acunarme y arrullarme.
Un día quitaron un trozo de su cuerpo y arrancaron su virtud.
Se volvió ausencia y, poco a poco, se fue para siempre.

Al marcharse, mi padre me dejó sin arcoíris, sin música y sin nido.







martes, 2 de abril de 2013

EL "NOCUENTO" DEL CUENTO DE UNA NOCHE


Quiero contar el cuento de una noche en que conté en mi pueblo y no tengo palabras.
Quiero contar con las frases precisas lo que sentí, lo que viví y un nudo no me deja.
Y el nudo no está en la garganta, ni en la memoria, ni en la voz.  El nudo sube y baja y a veces es un lazo, otras es una hebra de hilo que busca la aguja perfecta para remendar los recuerdos, zurcir los jirones que dejó la prisa en la memoria y poner luces en los tramos oscuros que alejan a Meneses y a mi infancia de la Historia Universal y los sumen en el ir y venir por los polvorientos caminos del olvido.
¿Qué son la infancia y el recuerdo?¿Qué es la ausencia?
Tenía cuatro años el día que, en harapos, pisé el escenario de la Iglesia Presbiteriana de mi pueblo, la de La Seño, la maestra de maestros de Meneses que castigaba con besos colorados a los chicos traviesos. Pareciera imposible pero entonces había gente que defendían la fe y el hecho de no ser aun pionero, me permitía ciertos deslices con las doctrinas.
Luego vino el olvido, la mentira, la prisa, la fuga de los Reyes Magos, las ideas, la muerte y mil cosas que habré de contar el día que encuentre las palabras - no sé si porque ya encontré las razones o siempre las tuve demasiado calladas-

Era un viernes de marzo, los harapos estaban en el alma. Yo llevaba mis únicos zapatos de salir (sigo teniendo esa manía), un pantalón falso que a los ojos de los deslumbrados y a los ciegos, era de marca y una camisa negra que me agencié en Buenos Aires por cortesía de Javier y que ahora es imprescindible en mi escaso ropero de cuentero sin casa.
Era otra vez la Iglesia Presbiteriana, la nueva - la de antaño se la llevó el olvido, el comején, la ignorancia-
Era el niño pecoso que recitaba poemas de Martí y que cantaba. El niño que a medias cargo porque una parte se quedó esperando a que mi calle volviera a ser un río.
Eran muchos ausentes (o demasiadas presencias) y las caras del barrio, los niños de mi niñez, los amigos de mis padres que me contaban del pasado de mi pueblo. Eran la muchacha que rezaba cuando estaba no sé si mal visto o prohibido y la que se arreglaba las uñas mientras escuchaba a Serrat. Era la misma madre que repetía los textos que tenía que aprenderme cuando aún no sabía leer, mi hermana con miedo de mi miedo y su miedo de mirarme a los ojos para no romperse y romperme, mi sobrina que no encuentra palabras para tanta ingenuidad, las vecinas, los amigos, algún desconocido, parientes, amigos de los amigos de los amigos de los amigos, hijos de los amigos de mis padres, los hijos de los niños de mi generación de sueños y futuro y así hasta la infinitud de vínculos que generan los pueblos pequeños como el mío. Eran miradas que se desprendían del rostro de hoy para buscar los colores de antaño.

Es por eso que no tengo palabras, porque me miran todos desde esa noche y no sé como decir que fui feliz, que soy feliz, que mi abuela Nena tenía razón cuando me llamaba "privigeliao".
Y es que no hay privilegio más grande que volver a tu pueblo a contar la historia que te inventas para salvarte de la prisa y del miedo; del desarraigo y  del olvido y que la gente que conozca la verdad la asuma, la defienda y la escuche con la convicción de que   el recuerdo puede poner las cosas en su sitio si se dice desde el más profundo respeto, desde la certeza que supone haber vivido en el lugar adecuado y en el momento preciso.

Ahora no tengo palabras, tengo razones que no se pueden nombrar porque se sustentan en la compleja raíz de los principios y en la maravillosa esencia de las emociones.

domingo, 31 de marzo de 2013

PALABRA


El bisabuelo de mi tatarabuelo, que no sabía escribir, le regaló a su hijo, el abuelo de mi tatarabuelo, una palabra.
El padre de mi tatarabuelo, la escuchó, la guardó en su memoria y cuando quiso regalarla a su hijo, sólo se acordaba de la música que tenía la palabra; entonces susurró al oído de mi tatarabuelo una palabra parecida.
Otra fue la palabra pero al fin al cabo: una palabra.
Mi tatarabuelo hizo, más o menos, lo mismo con mi bisabuela -no tuvo hijos varones-
Ella lo escuchó atentamente y la preservó para regalársela a su hijo  cuando supiera escuchar, nunca antes. Creció, se hizo mujer y se fue, después de casada, con mi bisabuelo a otra tierra. Un lugar con otra lengua, con otro acento.
Allí nació mi abuela  y para que entendiera, mi bisabuela tradujo aquella palabra al soniquete apenas diferente del idioma nuevo, el de su hija.
Mi abuela la aprendió y la dijo en un susurro a mi padre cuando este tuvo edad para nombrar las cosas.
En la escuela -mi padre fue el primero que aprendió a leer y a escribir- supo de dónde venía, qué significaba e incluso aprendió la ortografía de la palabra.
Mi padre me la dio por escrito.
Yo la guardo a la vez que la busco.
La leo y la releo de vez en cuando. La repito en mi memoria.
Yo sigo tirando del hilo de la voz de mi padre, de la voz de mi abuela y de todas las voces que no escuché y que me dejaron por herencia una palabra, una sola palabra que no digo porque es un secreto de familia.
Y busco y rebusco y oigo y escucho, por una sencilla razón: encontrar la música primera de esta palabra que define mi voz, que la sostiene.

lunes, 18 de febrero de 2013

DIFERENTE


El niño miró la noche y lo vio todo, se supo diferente.
La luna estaba presa en el naranjo y la luna no era la luna, era él; pálido, asustado,
preso de un miedo sin nombre que le nacía en el alma y lo inundaba entero, lo desbordaba, lo saturaba, le definía.
El niño era luna y lluvia, era frágil, delicado como una rama seca a pesar de su apariencia.
Sus ojos miraban a otro lado, no al sitio al que debían mirar.
Sus ojos se asustaban de los ojos ajenos que parecían descubrir su miedo, su verdad porque a veces la verdad es un miedo-temblor que te esconde del mundo, del camino, de ti.
Al niño que se entendía con la luna no le gustaban las muñecas de la hermana, ni el juego trepidante de los primos en la calle de piedras por donde iba y venía su niñez de pueblo. Al niño le gustaban el aguacero y cantar, los cristales que atrapaban la luz, los espejos, las palabras, las conversaciones adultas, los libros, el olor del café, los grillos y las ranas, las flores del naranjo, el nomeolvides, las fotos antiguas, los ríos, la caja de botones, las cartas.
El niño quería ser niño y ser luna y ser grillo y ser flor, llovizna y canto, el niño quería ser  cuento...

¿Cómo se puede ser si el miedo impone su garra al temblor de la luna, si un niño es niño y sólo niño aunque le sobren razones para ser un niño diferente?

sábado, 5 de enero de 2013

LA OREJA DEL ÁRBOL

Hoy me apetece un recuerdo y fue hermoso encontrar, aquel día de junio, que a un árbol del Jardín del Arte de Sullivan, en el DF, donde cada domingo viven los "Cuentos grandes para calcetines pequeños", le había brotado una oreja enorme.


Desde hace muchos años estuve bien plantado, en mi sitio. Fui refugio de pájaros e insectos, bajo mis ramas, sueñan sus casas los "sintecho" y percibo los trinos y los sueños, los miedos y las dudas. 
Un día de domingo, hace ocho años, llegaron las palabras. Me gustaban los ojos de la gente, las risas, los gestos, las miradas. Algo bello intuía, pero no lo escuchaba. Fue cuando entendí que algo me faltaba: una oreja. 
Parecía imposible, pero los cuenteros fueron inventando bajo mi sombra un mundo donde todo es posible. Bastó desearlo.
Puse bien firmes mis raíces y estiré al infinito mis ramas. Hace unos días, la sentí brotar. Pequeña, húmeda, aferrada a mi corteza como para quedarse siempre ¡Una oreja! Por fin tengo una oreja para escuchar los cuentos, las canciones, los aplausos, las risas.
Y hasta me cuentan chistecitos y chismes, sueños, dudas, males de amor, esperanzas, temores, deseos. Yo escucho y callo. Los guardo para mí porque soy muy discreto. Pero soy feliz porque por fin puedo guardar palabras para contarle al viento, a los pájaros, a los que llegan en las noches para buscar consuelo.
Dicen que los hombres y las mujeres, por supuesto, aprendieron del sonido del viento en mis ramas a nombrar las cosas y yo, que tengo el privilegio de estar bien plantado en mi sitio, he aprendido que dejarse llevar por los sueños es suficiente para que algo maravilloso sea posible. Yo aprendí de los humanos a escuchar y a alimentar con palabras mis raíces.

viernes, 4 de enero de 2013

APRENDIZAJE


Hay dos frases que recuerdo de mi infancia
¡Enderézate! ¡Levanta los pies!
Enderezarme fue imposible, ya se sabe: árbol que nace torcido...
La vida me retuerce y siento que me achica, pero enderezarme lo que se dice enderezarme...
Sólo fijé, parece, lo de alzar los pies. Tanto ha sido la alzada que no sé vivir sin esta constante sensación de fuga, sin esta mágica vocación de veleta.

Torcido estoy pero aprendí a volar y es en el vuelo que el destino impreciso se endereza.

sábado, 24 de noviembre de 2012

EL TIEMPO, EL AZUL, LAS ESPERANZAS


Hace veinticuatro o veinticinco años, en Moscú, escribía:

Yo me enamoro fácil
y me quedo
agarrado al azul e inventando el presagio
remendando las lunas de mi prisa
con las desnudas frases
que pariera el otoño de mi suerte.

Otoño hecho de frases
haciéndome sin prisas los desnudos

Yo presagio el azul 
y al azul me aferro
y me enamoro fácil
y me quedo...

Hace menos de un mes, escribí en México:

Te quiero marinerito
te quiero.
Marinerito moreno 
marinero morenito
moreno mar  marinero
echa tus barcos al mar;
ven a buscarme te quiero
marinero  mar  sonrisa
ola  brisa  marinero
ven a buscarme con prisa
ven a besarme que muero
por tu amor de viento y ala
por tus ojitos serenos
muero de amor marinero
marinerito moreno
te quiero



Hoy no escribo, no puedo. Reviso apuntes y descubro que no tengo remedio, que me ciega el azul, que me deslumbra; que no he cambiado en tantos años de ir y venir, de mi sueño a la vida, y aunque parezca absurdo, seguiré suspirando la hermosa desnudez de los otoños y dejando que el azul me atrape, aunque naufrague.
Hace muchos años (más de veinte) tuve la certeza de que la fuga del azul que el amarillo atrapa es la esperanza y habrá que seguir navegando, suspirando, amando...